La historia de Ametlla de Mar, municipio de la provincia catalana de Tarragona, está vinculada en gran medida a su pasado medieval y a la presencia de una de las órdenes militares más destacadas que existieron en aquella época en la Península Ibérica: San Jorge de Alfama.
El actual núcleo urbano de Ametlla de Mar, cuyo topónimo ametlla (almendra en catalán) deriva de los numerosos almendros que antaño crecían en la región, nació en 1775 tras el proyecto de repoblación del territorio que perteneció a la Orden de San Jorge de Alfama por iniciativa del rey Carlos III.
La Orden de San Jorge de Alfama fue una orden militar fundada en 1201 por el rey Pedro II de Aragón y cuyo título es un agradecimiento a su santo patrón, que le habría dado protección en la guerra contra los sarracenos; con posterioridad se fusionó en 1399 con la Orden de Santa Maria de Montesa a la que cedió la cruz roja de su emblema.
Para la repoblación llegaron pescadores catalanes y valencianos del Grao, agricultores de Valls (Tarragona) por lo que a comienzos del siglo XIX ya existía un núcleo urbano estable. La existencia de varias epidemias de cólera, en especial la sufrida en 1834, provocaron un descenso notable de la población que fue compensada con la llegada del ferrocarril en 1863 que causó un fuerte crecimiento demográfico.
En el año 1891 Ametlla de Mar (también conocida como la Cala ) se segregó del término municipal de El Perelló y durante los primeros años del siglo XX algunos caleros (gentilicio de los habitantes de la población) emigraron a la Costa Brava, en especial a Palamós (suponemos que de ahi viene la hermandad de 2018 con esa población), y al continente americano.
Durante la dictadura de Primo de Rivera, y a raíz de su golpe de estado del año 1923, L’Ametlla, debido a los intereses del sector pesquero, se fraccionó en dos bandos diferenciados: el pósito de Pescadores (izquierdas) y la Sociedad de Pescadores de San Pedro (derechas), caldo de cultivo en la localidad de los enfrentamientos que hubieron en la Guerra Civil de 1936.
Este municipio tarraconense cuenta con 16 kilómetros de una costa única con 30 calas y playas para todos los gustos, unas de arena fina y blanca, otras de piedras, rodeadas de pinares y con aguas cristalinas gracias a las enormes praderías de posidonia.
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